Palabras del Decano Dr. Félix Julio Alfonso López en la Inauguración del 4to Coloquio de Educación Patrimonial
EUSEBIO LEAL: HUMANISMO, ETICA Y CULTURA
Por: Félix Julio Alfonso López
Toda acción humana tiene que estar respaldada por
una gran idea, y las grandes ideas pueden parecer, a
los ilusos y a los extraños, un sueño, pero el sueño es
la utopía y la utopía es la máxima aspiración del
hombre.
Eusebio Leal Spengler
Eusebio Leal Spengler (1942-2020) pertenece a un linaje intelectual cuya ética, cultura y profundo humanismo constituyen, a mi juicio, las claves de un magisterio que no cesa de seducirnos y asombrarnos. Eusebio se declaró siempre, desde su más temprana juventud, discípulo del gran historiador antiimperialista y martiano Emilio Roig de Leuchsenring; y consideró a su maestro, en admirable sucesión, como seguidor de la enorme tradición que, desde el Padre Félix Varela hasta José Martí, contribuyó con su prédica y su acción a la fundación de la Nación Cubana.
Eusebio pertenece por derecho propio a esa cohorte de creadores, a esa familia espiritual de quienes han pensado, imaginado y soñado a Cuba, y han convertido su bienestar y su grandeza en el centro de sus afanes, alegrías y penas. El camino iniciado hace más de medio siglo, cuando era el empleado más joven en las oficinas del Palacio de los Capitanes Generales, como el de todos los revolucionarios verdaderos, no estuvo exento de incomprensiones y discrepancias. Pero la grandeza también está en sobreponerse, a fuerza de trabajo y talento, a las amarguras momentáneas y el rencor mediocre. De todas las batallas y desafíos el historiador extrajo enseñanzas y sabiduría. Y las convicciones y el amor a la obra mayor triunfaron a la larga.
Una de sus posturas personales más reconocidas y respetadas, fue la de poder conciliar su condición de creyente de la fe católica con su vertical defensa de la Revolución Cubana. Ello le conllevó problemas y agonías personales, con quienes no entendían como ser consecuentes con la fe y la ideología.
Apegado a los valores del cristianismo primigenio, Leal se reconoció siempre entre los que intentaban remediar, mediante la bondad y la fe, el sufrimiento de los demás. Lejos de cualquier intolerancia dogmática, Eusebio proclamó la necesidad de preservar y promover la diversidad cultural y religiosa de Cuba.
Por tal motivo, el Centro Histórico de La Habana incorporó a su tejido de instituciones católicas predominantes, heredadas del pasado colonial, espacios para la fe judía, los cultos afrocubanos, la religión musulmana, las iglesias ortodoxa griega y ortodoxa rusa.
Todo ello en pro del “respeto al prójimo: un ideal sustentado en el amor a la libertad y en el papel regenerador y profético de la cultura, que constituye un genuino enunciado de paz y concordia entre los seres humanos”.
Su quehacer como historiador y como divulgador de la historia, ha quedado recogido en infinidad de discursos, intervenciones, entrevistas, conferencias y charlas, pronunciadas con voz profunda y cálida, cada una de ellas en sí mismas de un enorme valor pedagógico, en las que el verbo generoso y vibrante se entregaba a su fecunda tarea de ilustrar, convocar, persuadir y conmover.
La Historia como maestra y guía de su pensamiento axiológico, le sirvió a Leal para destacar aquellas figuras y procesos que más han contribuido a labrar un proyecto de país independiente y soberano. En ese batallar de siglos, las imágenes de Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez fueron de las más exaltadas por Leal, quien destacaba en ellos su condición de cubanos plenos y universales.
De Céspedes valoró su carácter dominante y fuerte personalidad, que le costaba trabajo reprimir, y al mismo tiempo su grandeza de espíritu, su generosidad y su estoicismo. Admiraba la nobleza del Padre de la Patria, en sus últimos instantes, para vivir una vida sencilla y frugal, confraternizando con soldados y antiguos esclavos. Resaltaba su dignidad personal “que manaba de todos sus gestos sin afectación ni fingimiento”, así como su natural condición de caballero galante, al que “el amor le prodigó exquisitas celadas a las cuales él no fue esquivo, y esto, más que defecto, es en la estructura de su ser íntimo, encanto”.
Sobre los juicios negativos, muchas veces absolutos, pero dictados por graves circunstancias, que Céspedes emitió sobre sus contemporáneos, Eusebio opinó que: “Es mal servicio el que se presta a los pueblos cuando se les oculta, por temores pueriles o por espanto ante las consecuencias probables, los hechos históricos. Todo puede ser explicado, todo en su contexto puede ser comprendido, analizado, justamente valorado”.
De José Martí, a quien dedicó tantas páginas memorables, y cuya réplica de la estatua ecuestre del Parque Central de Nueva York, obra de Anna H. Huntington, logró traer como un regalo para La Habana, estas breves reflexiones son suficientes para esbozar un
nervioso retrato: Hombre tan completo y pleno como Martí, que cumplía los requisitos del cubano, poseedor de una misteriosa y amplísima espiritualidad, con un discurso rico, maravilloso, que llegaba a todo el mundo y que todos podían interpretar, pero no todos lograban descifrar. Alguien que luchó por la unión de la nación cubana, saltando por encima de las llagas abiertas de la esclavitud y aun por encima de una cosa mucho más temeraria: la unión improbable entre cubanos y españoles, entre
las partes buenas y más sanas de ambas sociedades.
Otro patriota insigne de las gestas independentistas del siglo XIX, el general dominicano Máximo Gómez, tuvo siempre en Leal a uno de sus más fervorosos defensores y lúcidos exegetas. Del gran estratega destacó su respeto al Presidente Céspedes, anteponiendo la disciplina a antiguos malentendidos. Su admiración por Ignacio Agramonte, el Bayardo del Camagüey, y su amistad, no exenta de incomprensiones mutuas, con Antonio Maceo y Martí. En el discurso de homenaje por su Centenario enfatizó no solo las dotes militares extraordinarias de aquel caudillo, sino su entereza moral y su muerte humilde, sin aceptar jamás la presidencia del Estado: “dejando como legado a sus hijos una honradez ejemplar, de cara a la quebrantada imagen de la República”.
Por último, y en este caso no menos importante, no podemos dejar de mencionar la profunda admiración que sentía Eusebio por Antonio Maceo, en quien reconoció aquellos hábitos personales que lo diferenciaban del estereotipo criollo jaranero, amigo del comentario y del chiste, fumador, que se toma una cerveza o un vaso de ron cada vez que
puede… “Extrañamente, nuestro hombre no fumaba ni bebía; en esos tiempos de guerra dura y difícil, quienes lo conocieron se asombraban por su notable refinamiento,
educación y cortesía, que se confirmaban, además, en su forma pausada de hablar”. Junto a Céspedes, Martí, Maceo y Gómez, la ética y el ejemplo de Fidel fue otra de las fuentes nutricias del pensamiento del Historiador de la Ciudad. En este sentido, refirió como:
Habiendo tenido yo una formación martiana y cristiana, lo que me atrajo de Fidel fue precisamente la coherencia y amplitud de su pensamiento. (…) bebí mucho de su espiritualidad, de su sentido de la justicia, del carácter caballeresco de su persona: si queda un caballero en el mundo ese es Fidel, de su generosidad aun con sus adversarios, porque muchos que escriben ahora, de haber sido él implacable, no podrían contar la historia.
Para Eusebio, el amor a la Patria implicaba un “compromiso místico”, que toca las fibras más íntimas del pueblo, incluso en épocas de penurias, descreimiento o calamidades, y la fe en ella no debía perderse jamás.
1El concepto de Patria aparece una y otra vez en múltiples evocaciones, como aquella conmovedora oración por el Padre Varela en queconcluyó diciendo que, el principal milagro de aquel sacerdote era: “la nación cubana sana y salva; es la patria que se levanta de la ceniza de la agresión, del aislamiento, de la pobreza, y que tiene púlpito todavía (…) para proclamar tu gloria”.
1 Ídem, p. 125.
Eusebio distingue el proceso de formación de la nación cubana, la cual, siguiendo el parecer de Don Fernando Ortiz, era un producto del mestizaje de razas y culturas, del concepto de patria, que era el resultado de un prolongado proceso histórico de luchas contra la opresión y las injusticias:
El término de nación es territorial, singular…, pero la patria es moral, y como tal, abarca a los cubanos que están aquí o en cualquier lugar del mundo, y que sienten esa filiación y los deberes que ser cubano conlleva. Esa constituye otra verdad que implica a la cultura. La sangre llama, pero la cultura determina. Debemos oponernos a cualquier intento que trate de escindir, dividir, cuadricular, fragmentar-en una u otra dirección-el cómo somos.
Concluyendo con esta reflexión sobre el futuro de Cuba, de una hondura y una sagacidad anticipadoras:
Ni en las armas ni en la apología estará—en última instancia—la defensa de la nación cubana, sino que será nuestra cultura la que resistirá ese debate futuro, sin dudas, el más fuerte, cuando para las futuras generaciones vayan quedando atrás, como cosa remota, las grandes glorias que esta generación y las que la antecedieron realizaron: los heroísmos, los sacrificios, las tristezas, los
infortunios…
La cubanía, entendida en el sentido de elección consciente que le otorgó Fernando Ortiz, era para Eusebio Leal un hecho eminentemente cultural, por encima de otros criterios que la vinculan a lo étnico o lo telúrico. Esta condición de cubanos le gustaba ilustrarla con una bella metáfora martiana: “la estrella que lleva en su frente todo el que sirvió a su
patria”. La cultura, entonces, no era para Leal un adorno para presumir ni un legado libresco, sino el condicionamiento de un modo de ser y de vivir en libertad: “es la coraza que nos cubre; es la profecía, el manto ricamente bordado que, invisible, cubre nuestras espaldas heridas y nuestras manos rotas”.
El centro de buena parte de su prédica pública relacionada con la conmemoración de fechas históricas, homenajes a grandes personalidades, o la salvaguarda del patrimonio, insistía en la necesidad de una ética profunda que guíe la conducta de los cubanos. Esta ética sería el escudo más poderoso contra la desesperanza y la fragmentación social provocada por la crisis económica. En su criterio, de lo que se trata es de: La lucha por toda una serie de valores, como el amor filial, la fraternidad entre las personas; la lealtad a lo que uno piensa, volcada en lo que uno hace. Es el respeto a los derechos de los demás, es tratar de interpretarlos y no de imponérseles. La experiencia de las generaciones precedentes no puede ser destrozada en nombre de
que lo nuestro es lo mejor, lo único absoluto, lo único bello. En mi obra personal como intelectual ha habido un intento continuo de reparación. He creído en el signo
de sumar; por eso, mi discurso ha sido siempre para todos los cubanos.
Pero esa obra intelectual y política estaría incompleta sin la estela que Leal legó, durante más de cinco décadas, en la restauración minuciosa y dignificación moral de ese pequeño “género humano” que es La Habana Vieja. Espacio primigenio, de una densidad histórica y simbólica insospechada, entrañable para sus habitantes, que ha renacido gracias a un proyecto que Eusebio explicó en los siguientes términos: “una concepción humanista, multidisciplinaria, que no es solamente la visión de un ególatra, ni el canto de cisne de un profeta, ni tampoco la voluntad de un equipo que trata de imponerle a los demás su visión”.
El Proyecto de Gestión Urbana desarrollado en La Habana Vieja durante los últimos lustros, se ha distinguido de otros en el mundo por su carácter auto sostenible
económicamente, integral culturalmente y de servicio social. La cultura se constituye entonces en el foco integrador de todo el proyecto:
Si hacemos una ciudad más amable, más gobernada, más cuidada, más amante de su propia imagen, pues yo creo que ahí estriba la dignidad y el proyecto que hemos tratado de hacer. Todo proyecto de desarrollo que se realice al margen de la cultura solo genera decadencia. La importancia de este proyecto es que ha sido
generado desde la cultura; desde una visión de la cultura, y no de una visión de la cultura elitista sino de una concepción de vanguardia, muy comprometida con esa ciudad, con el niño y con los vitrales, con el espacio para estar por la calle pero con el espacio de una calle en la cual el ser humano es el determinante.
Su filosofía sobre la salvaguarda del patrimonio descansó en un permanente diálogo entre la comunidad y su historia, buscando consensos, creando empleos, brindando atención diferenciada a grupos vulnerables, abriendo espacios culturales, comprometiendo a losciudadanos con la defensa del patrimonio y enseñándolos a amarlo. Y esto último radica en una categoría que para el historiador era primordial, la belleza: “Hay que propiciar el encuentro con la belleza, dondequiera que sea (…) yo tengo una gran confianza y una grandísima esperanza en que solamente ese sentido de la belleza, esa fuerza salvadora, esa efusión amorosa…es la que regenerará y abrirá las puertas que queremos para el futuro de nuestro país”.
Todo este colosal esfuerzo de revitalización integral de la ciudad antigua, no tendría sentido si en el centro de ella no gravitara, como protagonista principal, el ser humano, pues para Leal: “en la medida en que se garantiza su desarrollo y el ejercicio pleno de su libertad, veremos florecer la cultura que señala la existencia verdadera e indiscutible de un pueblo y una nación”. Hombre de una ética acrisolada y una vida consagrada al trabajo, entiendo que el mejor modo de concluir estas páginas de homenaje a su figura, sería con esta frase suya, cargada de presagios: “Lo importante no es donde se nace, sino como se piensa. Lo importante no es lo que se dice, sino como se vive. Lo importante es vivir”.
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