El oficio de historiador, tan antiguo como el hombre mismo, se ha debatido siempre entre la cientificidad, la razón y la objetividad de un lado, y la emoción, el placer y el goce estético del otro. Esta tensión inmanente siempre ha tenido por objetivo la búsqueda de un conocimiento, muchas veces inapresable, cuya condición última debe ser siempre la verdad. Desde los griegos hasta nuestros días, los avatares de la historiografía han sido infinitos, pero el historiador auténtico sigue rindiendo culto a la lucidez, la inteligencia, la pulcritud del estilo, la honestidad acrisolada, la franqueza y las delicias del buen decir. A este linaje inmarcesible pertenece Eusebio Leal Spengler, cuya elocuencia, sagacidad y agudeza constituyen, a mi juicio, las claves de un magisterio que no cesará nunca de seducirnos y asombrarnos.

“Eusebio pertenece por derecho propio a esa cohorte de creadores, a esa familia espiritual de quienes han pensado, imaginado y soñado a Cuba”. Foto: Tomada del perfil de Facebook del Programa Cultural de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana

He dicho, con toda intención, magisterio, porque aunque nunca fui en propiedad su alumno en aulas universitarias, me siento uno de sus discípulos, del mismo modo que él se declaró siempre discípulo de Emilio Roig de Leuchsenring; y Emilito, en admirable sucesión, confesó que se sentía continuador de la enorme tradición que, desde Varela a Martí, llena con su prédica y su acción la fundación de la nación cubana. Porque Eusebio pertenece por derecho propio a esa cohorte de creadores, a esa familia espiritual de quienes han pensado, imaginado y soñado a Cuba, y han convertido su bienestar y su grandeza en el centro de sus afanes, alegrías y penas.

El camino iniciado hace más de medio siglo, cuando era el empleado más joven en las oficinas del Palacio de los Capitanes Generales, como el de todos los revolucionarios verdaderos —y Leal lo ha sido en grado sumo—, no  estuvo exento de incomprensiones, afrentas y diferencias sin cuento. Pero la grandeza también está en sobreponerse, a fuerza de trabajo, talento y cariño, a las amarguras momentáneas y el rencor mediocre. De todas las batallas y desafíos, el historiador, como el estratega, extrajo enseñanzas y sabiduría. Y las convicciones y el amor a la obra mayor han triunfado.

Esa faena superior ha quedado recogida en infinidad de discursos, oraciones, intervenciones, entrevistas, conferencias y charlas, pronunciadas con voz profunda y cálida,  cada una de ellas de un valor pedagógico y humanista que todavía no alcanzamos a valorar en toda su trascendencia, entre otras cosas porque permanece dispersa y habrá que recogerla y publicarla toda en primorosos volúmenes, y porque el verbo torrencial y generoso  no cesó nunca en su fecunda tarea de ilustrar, convocar, persuadir y conmover.

Sin embargo, esa obra intelectual estaría incompleta sin la estela que Leal ha dejado, durante más de cinco décadas, en la restauración minuciosa y dignificación moral de ese pequeño espacio, tan amado, que es la Habana Vieja. Espacio primigenio, de una densidad histórica y simbólica insospechada, entrañable para sus habitantes, que ha renacido gracias a un proyecto integral y culto, bajo el liderazgo que Eusebio ha consagrado en los siguientes términos: “Una concepción humanista, multidisciplinaria, que no es solamente la visión de un ególatra, ni el canto de cisne de un profeta, ni tampoco la voluntad de un equipo que trata de imponerle a los demás su visión”.

Unas de las virtudes que siempre me han parecido miliares en la vida de Leal son su incomparable optimismo y su tenacidad en pro de hacer realidad sueños que parecían imposibles. Uno de estos proyectos largamente acariciados y hechos realidad fue el Colegio Universitario de San Gerónimo, en cuya inauguración confesó, agradeciéndole a Fidel por su apoyo y sus desvelos: “A usted, maestro de los cubanos, en su 80 aniversario, este regalo tan hermoso. Los que nos precedieron en esta casa parecen ser como los fantasmas evocados por Martí en su verso emotivo, cuando recordaba a los jóvenes estudiantes de 1871, que precisamente de aquí, de este lugar, fueron sacados al martirio. La figura magistral de Céspedes, Padre de la Patria, fundador, alumno de esta escuela; el verbo encendido de Agramonte en la defensa de los principios de su doctrina jurídica… todo ello está ahora aquí, y nos acompaña”.

Eusebio Leal estará también siempre aquí, para suerte nuestra, y lo acompañarán los manes tutelares de la pasión cubana. Elogiemos, pues, en el momento de su partida física, al hombre enérgico y delicado al mismo tiempo, al ser humano hecho de sentimientos y pasiones, la criatura romántica y realista, el educador ilustre, el jefe noble y sincero, el patriota sin fisuras.

Quienes lo escoltamos en el largo camino por defender y enaltecer los valores sagrados de la cultura cubana, sentimos un inmenso orgullo de haber sido sus contemporáneos y de compartir su incesante batallar. Quienes tendrán la misión de continuar su obra, y hacerla perdurable en el tiempo, no deberán olvidar aquello que una vez reveló, y que interpreto como un trascendente mandato: “Siempre estaría dispuesto, en cualquier tiempo, a volver a comenzar”.

Fuente: lajiribilla@cubarte.cult.cu